Enero ha sido terrible para la clase política. Mes de pérdida y dolor para algunos de sus personajes reconocidos. Murió el padre del coordinador de los diputados federales priístas del Estado de México, Ernesto Nemer; también la señora madre de la ex alcaldesa de Metepec, Carolina Monroy; igual, la mamá del diputado Luis Miranda y la del presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México. Tiempos difíciles.
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A la mayoría de los alcaldes de MORENA en el valle de Toluca los colocó el hegemónico Grupo de Acción Política -GAP- que formalmente encabeza el senador con licencia, Higinio Martínez. Lamentablemente su desempeño ha sido decepcionante, un año después de iniciadas sus respectivas gestiones no han podido resolver ninguno de los problemas más graves, como la seguridad pública, no han reducido la corrupción, ni ha mejorado la administración pública. En términos generales son iguales o peores que los anteriores. Por supuesto que el GAP es corresponsable del fracaso, aunque haga como que no ve lo que sucede con sus recomendados. Engañaron a los electores.
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Pero no todos en el GAP son iguales, hay algunos que hacen diferencia, como el subsecretario de Empleo, Horacio Duarte o la mismísima Delegada Federal de los programas de bienestar en el Estado de México, Delfina Gómez, por mencionar solo a dos de los más reconocidos. Ese grupo, tan poderoso hoy como lo fue el priísta Grupo Atlacomulco, deberá definir este año si está dentro o fuera de la 4T, si es progresista y si es antisistema, porque hasta ahora, no parece nada de eso.
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Es prácticamente un hecho que la diputada federal toluqueña por MORENA con licencia, Miroslava Carrillo, será la próxima Auditora del Órgano Superior de Fiscalización, un organismo que, hasta hoy, solo ha servido para encubrir la endémica corrupción de la clase política y administrativa del Estado de México. Su fortaleza técnica y ética no están en dudas, ojalá su convicción de combatir a los pillos y bribones sea indeclinable, así se trate de sus compañeros de partido.
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Lo que se cuenta sobre los excesos en la administración estatal anterior rebasa los límites de la imaginación. Una historia en particular es muy ilustrativa de cómo se las gastaban. Dicen que era tal el desenfreno de entonces el segundo hombre con más poder en el estado, Erasto Martínez, que en cada oficina que ocupaba en el sexenio pasado hacia colocar en su baño privado un bidé para el aseo íntimo cotidiano. Qué kinky.
