Él era enfermero, tenía 22 años de edad y fue asesinado. La historia de Cristian Trinidad se cuenta como una más de muchas que tienen un patrón parecido, que suceden y suceden y suceden hasta casi parecer parte de la cotidianidad, pero no lo son: no es normal que un muchacho salga a la calle a comer y sea “levantado” por policías y luego –más de un mes después– se encuentre su cuerpo en el servicio forense de Naucalpan.
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Tampoco lo es que la madre de este enfermero haya compartido decenas, cientos de veces, la ficha de desaparición de su hijo, que lo haya buscado sin apoyo de las autoridades, especialmente cuando se “enteraron” de que “fueron policías quienes se lo llevaron”.
No es normal que el 17 de julio pasado –a unos días de cumplir años– no haya regresado a casa, que no haya podido celebrar con su familia, que no comprara el auto que soñaba comprar cuando menguara la pandemia de covid-19; no los es que su madre haya escrito en su Facebook lo que sentía, que no haya podido decirle directamente lo orgullosa que estaba, lo mucho que lo amaba.
Aunque sea algo que sucede día con día en México, no es normal que la gente desaparezca
Aunque sea algo que sucede día con día en México, no es normal que la gente desaparezca, no tendría porque haber más de 70 mil desaparecidos, la gente no tendrían porqué desaparecer.
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Pero Cristian fue desaparecido y, peor aún, las autoridades de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México no siguieron los protocolos, no investigaron, no avanzaron en la carpeta. No es normal que no hayan hecho nada efectivo, que hayan ignorado la declaración de que fueron policías municipales quienes se lo llevaron luego de que parece que lo confundieron. No es normal que no se sepa la verdad.
Tampoco lo es que cuando su madre sintiera frío evocara su presencia, que ella no supiera dónde estaba, que él estuviera desaparecido, que ella debiera confesarle –como si él pudiera leerlo– que no dormía, no comía y no descansaba, que lo buscaba todos los días, todo el tiempo.
No es normal que la Fiscalía estatal haya recriminado a las víctimas por pedir el rastreo de llamadas y mensajes de teléfono, que los oficiales no hayan sido citados a declarar, que los funcionarios que llevaban el caso les hayan dicho que los llamarían y no lo hicieran.
Nadie debería ver la historia de su hijo desaparecido publicada en los periódicos
Ni lo es que el recorrido cotidiano de una familia sea acudir a los penales, hospitales, centros de rehabilitación, que hayan debido ir diariamente al Semefo para ver si ahí se encontraba el cuerpo de su ser querido.
No lo es que la policía no haya pedido los videos de las cámaras del último lugar donde lo vieron en la Nueva Oxtotitlán, que lo único que se sepa –sin que haya certeza– es que “un grupo de personas lo golpeó porque fue confundido con un delincuente.”
Nadie debería ver la historia de su hijo desaparecido publicada en los periódicos, nadie debería vivir la incertidumbre de no saber nada de su hijo, su hermano, su padre, su amigo; pero sucede, sucede, sucede, y las autoridades no han sido capaces de evitarlo, y al contrario, en el caso de Cristian parecen involucrados, parecen contribuir a esta impunidad, abuso de autoridad y corrupción que se normaliza pero que no, no es normal.
No es normal que un enfermero de 22 años que trabajaba en dos hospitales, que le iba al Cruz Azul, al que le gustaba C-Kan haya sido encontrado muerto en el Semefo de Naucalpan, más de 60 kilómetros de donde se le vio por última vez, no es normal que unos policías lo hayan subido a la patrulla y que no hayan sido investigados, no es normal que los asesinos estén libres.