El concierto Napoleón en el Teatro Morelos, en Toluca, comienza con la conocida “Ella se llamaba Martha”; en el escenario, de no ser por lo que visten, el tiempo parece detenido entre los años setenta y ochenta: un par de coristas se mecen coordinadamente de derecha a izquierda, las proyecciones del fondo muestran un corazón brillante, algunas llamas, burbujas, el nombre de José María Napoleón.
Ya ha salido «El poeta de la canción”, hoy es un hombre menudo, vestido pulcramente de negro, con una voz lastimada, advierte, “no al 100 en mi voz pero al 200 en mi corazón”.
Habla pausado y conversa, responde los gritos con la amabilidad y parsimonia que se le conoce; bromea, también dice que aprecia Toluca. Reiteradamente habla de la mujer, de su belleza, de su bondad… en su discurso el tiempo también parece detenido.
Napoleón ilustra el concepto de lo romántico en el sentido de lo sentimental, de la ensoñación: su propuesta es que el amor existe, incluso el eterno, y busca demostrarlo con la canción que canta –luego de 38 años, explica– a su esposa; también a su madre, como poema de Bécquer.
Foto: Blanca Arriaga Foto: Blanca Arriaga Foto: Blanca Arriaga Foto: Blanca Arriaga Foto: Blanca Arriaga Foto: Blanca Arriaga
Pero por eso la gente va a un concierto de Napoleón, porque quiere escuchar lo que tiene que cantar sobre el amor, el trabajo, el concepto de “hombre”, canción que interpreta a dúo con José María, su hijo, a quien le regala el escenario para dos composiciones suyas, que –muy en el fondo– aunque no en el ritmo, también suenan a Napoleón: “Cásate conmigo, niña…”
Sin embargo, el tiempo no está detenido y el concierto termina, apenas cuando la intensidad de “Eres” suena; el hidrocálido que rodea los setenta años mantiene la esencia romántica, la buena interpretación, la amabilidad y la voz que tanto, tanto, parece gustarle al público que asistió a su concierto de la gira de 50 años.