Aprende a amar el plástico

Las crónicas son divertidísimas; algunas te asustan pero te gustan, otras te asquearán un rato, pero de ninguna sales indemne
16 mayo, 2020
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Ingenuo como soy, ilusamente creí que el título de esta antología de crónicas del coahuilense Carlos Velázquez, tomada de una rola de Lou Reed, hacía referencia a los vinilos, a los discos de antaño, a lo vintage… error: se refería al silicón que hay en las tetas de las teiboleras de El Matehuala, su antro de perdición favorito para regodearse entre alcohol y mujeres cuando visita tierras regiomontanas.

Así, desde el inicio, vemos que la aguda “lengua sin pelos” de este escatológico y cocainómano escritor hará destrozo y medio por sus recorridos y sus corridas (literales).

Cabe aclarar, para no sentirme tan mal, que Velázquez sí reseña algunas bandas y sus conciertos: The Cure, Morrisey, Iggy Pop, el Vive Latino (en donde describe la diarrea que padeció entre rola y rola)… Pero también narra el recorrido que hay que hacer para obtener coca en Tepito, los robos hormiga que realiza cada que llega a un Oxxo, el agarrón que tuvo con un inglés enorme y drogado en un festival roquero, el fortuito hallazgo de una tarjeta de crédito con la cual se pone una monumental juerga…


Como dice Joselo (quien acompañó a Velázquez en la presentación de este libro en Torreón), “para escribir buenas crónicas hay que tener dos elementos importantes: vivencias no comunes y el buen oficio de narrarlas. Carlos Velázquez tiene estos dos dones de sobra”.


Las crónicas son divertidísimas; algunas te asustan pero te gustan, otras te asquearán un rato, pero de ninguna sales indemne: siempre sientes que a este vato (¿bardo?) ya le pasó todo lo que le podía pasar, que ya agotó sus siete vidas, mas sigue girito y gozador. Como el internet, nunca te mueras, Carlitos.

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