Una de las historias conocidas respecto a la forma de hacer frente a las epidemias a lo largo de la historia de la humanidad remite al surgimiento del estudio del hombre. Así es, se cuenta que en cierto momento, para enfrentar estos procesos colectivos de contagio, se ordenó a la gente permanecer en sus viviendas y algunos personajes del gobierno pasaban de casa en casa a censar. Preguntaban rutinariamente en cada domicilio sobre el número de contagiados, muertos, evolución de enfermos, etc. Esto permitió –dicen algunos teóricos- generar un espacio para convertir en materia de estudio científico a los seres humanos como tal. Lo mismo sería reforzado cuando aparecen las cárceles y se vuelve posible tener en ellas, de manera permanente, a personas a las que se les podía hacer toda clase de estudios: anatómicos, conductuales, biográficos, psicológicos.
Paradójicamente es un diminuto ente biológico el que está dando (parece) el empujón definitivo para consumar nuestra dependencia de las interfaces
Hoy en el mundo entero el modo de enfrentar la epidemia de Coronavirus ha sido, igualmente, recluir a la gente en sus casas. Se ha ordenado a todos quedarse en su domicilio y no ocupar los espacios públicos; en algunos lugares se les ha obligado por la fuerza y en otros se han habilitado sistemas virtuales de vigilancia a través de aplicaciones en dispositivos móviles. El objetivo de ello es sencillamente hacer más lenta la propagación del virus: menos gente aglomerada en lugares públicos reduce el ritmo de contagio, con menos casos se disminuye la cantidad de aquellos que se agravan y que deben ser hospitalizados, consecuentemente hay más probabilidades de que el índice de letalidad se mantenga bajo, cercano a 1-2%.
Pero, al margen de los resultados epidemiológicos, ¿qué consecuencias está generando el encierro de las personas en el ámbito del conocimiento? Una casi inevitable cooperación para alimentar la acumulación y procesamiento acelerado de información. La gente en sus casas lo que hace es conectarse a Internet, buscar información, entretenimiento, trabajar, estudiar, comerciar, etc. Todo a través de redes digitales. Como sabemos, el uso de estas redes genera datos respecto a lo que hacen las personas. Ya lo hemos comentado en otras ocasiones en este mismo espacio: los big data son hoy como oro molido para muchas empresas. Saber lo que la gente hace, le gusta, comparte, intercambia, lee, mira, consume, etc. se vuelve en fuente de riqueza.
Existen datos públicos respecto al aumento de tráfico en internet en la mayor parte del mundo a raíz de las cuarentenas ordenadas en casi todos los países. Los porcentajes de aumento son variables pero en todos lados la gente ha empleado más que nunca la Internet. Al hacerlo ha incrementado de manera sumamente acelerada lo que deja saber de sí mismos a las grandes compañías que hacen dinero con la información. ¿Cuánto más saben hoy de nosotros Google, Netflix, Youtube, Facebook, Twitter, Amazon y sus similares?
En países asiáticos, en donde no sólo surgió la epidemia y empezaron a implementarse estas medidas de reclusión, el avance tecnológico es mucho mayor que en otras partes del planeta. Es prácticamente universal el uso de dispositivos móviles y la conectividad. De hecho, utilizando parte de esa tecnología se han generado nuevos mecanismos de control y vigilancia. Allá fue evidente el incremento en el tráfico en Internet y, consecuentemente, el aumento exponencial y acelerado de big data. Paulatinamente lo mismo fue ocurriendo en Europa y luego en América. No dudo que en África y Oceanía se presentara el mismo fenómeno pero con cantidades absolutas menores. Hubo, incluso preocupación de que las redes se colapsaran, pero básicamente sólo se volvieron un poco más lentas a ciertas horas.
Hoy no sólo estamos produciendo una masa inimaginable de datos para que lo procesen los gigantes informáticos, sino que estamos trasladando una ingente cantidad de capital a las plataformas tecnológicas, que terminarán disparando a la industria de la información como la gran ganadora de esta pandemia.
De cualquier manera, para las disciplinas abocadas al análisis de datos la epidemia ha dejado una acumulación de información que sólo equipos cuánticos podrán ayudar a procesar. Pero para compañías como Google ese no es un problema, pues desde el año pasado presentó su procesador cuántico Sycamore, capaz de procesar en 200 segundos lo que a los anteriores superprocesadores los habría tomado cerca de 10 años. De ese tamaño es hoy la capacidad que tiene esta compañía de recolectar, organizar, analizar y encauzar los datos de miles de millones de personas que utilizan sus servicios y que le proveen de datos a partir de los cuales le es posible estimar lo que la gente busca o desea conocer.
Hoy lo que se ha sabido es que grandes compañías informáticas han ofrecido sus procesadores a los científicos que están buscando controlar la epidemia y producir la cura. La ventaja de emplearlos es procesar de manera acelerada datos que tengan que ver con contagios y características genéticas del virus. Pero, pasada la emergencia de salud, tarde o temprano comenzará a saberse sobre las dimensiones de la información generada durante esta pandemia por parte de los usuarios de Internet y de las distintas maneras en las que se estarán empleando esos datos para alimentar la inteligencia artificial.
Paradójicamente es un diminuto ente biológico el que está dando (parece) el empujón definitivo para consumar nuestra dependencia de las interfaces: de esta pandemia saldremos habituados definitivamente a recibir a través de las pantallas digitales la información y sentido que requerimos para hacer nuestras vidas. Y más allá, saldremos convencidos de que es esa tecnología y la inteligencia artificial la que puede proveernos la solución a todos los problemas. Hoy no sólo estamos produciendo una masa inimaginable de datos para que lo procesen los gigantes informáticos, sino que estamos trasladando una ingente cantidad de capital a las plataformas tecnológicas, que terminarán disparando a la industria de la información como la gran ganadora de esta pandemia.
Los macrosistemas algorítmicos, que ya gestionaban gran parte de los asuntos de la humanidad a partir de datos colectados digitalmente, después del 2020 se convertirán en “los más capaces” para establecer el rumbo en el que deba avanzar la humanidad para dar solución a sus problemas biológicos, demográficos, económicos y sociológicos. Al tiempo.