Ernst Jünger sigue causando revuelo en las esferas culturales germanas: gran escritor, nunca se le perdonó que participara en ambos conflictos (tenía diecinueve años cuando se enroló en las filas alemanas durante la primera guerra mundial) ni que no se opusiera al régimen nazi. No obstante, se le reconoce su capacidad de observación y descripción de “los horrores de la experiencia bélica”, y una pieza clave es “El teniente Sturm”, novela escrita en 1923.
La breve narración nos lleva a las trincheras en Flandes; el teniente Strum es un joven culto a quien le gusta escribir, y aprovecha las pausas entre los ataques ingleses para anotar sus impresiones sobre la propia guerra y sobre la “esclavizadora” función del Estado sobre la gente común.
El magnífico contraste entre las anotaciones de Sturm (excelente narrador, por cierto, pues dota a sus textos de gran sensibilidad) y el horror bélico crean una atmósfera que oprime y a ratos desalienta: lejos de la balística y de la muerte, nos adentramos en un plano completamente distinto: la vitalidad de la urbe, de la sociedad, de los individuos que tienen esperanzas, para, en un instante, volver a la “realidad” de las trincheras, de los hombres muertos, del miedo a ser ejecutado… y ese final… simplemente sublime.
Así, al margen de si coincidimos o no con su postura ante la guerra, no podemos negar que “el testigo del siglo XX”, como se le conoce gracias en particular a su impresionante “Diario de guerra (1914-1918)”, es un soberbio narrador. Y “El teniente Sturm” es una novela altamente recomendable.